¿H&M y Jimmy Choo? ¿Pepsi y Sprienfield? ¿iPod y Nike? El
concepto más convencional del co-branding es la asociación de dos marcas con el
objetivo de potenciar el valor y/o la rentabilidad de ambas. No se trata de una
nueva fórmula, sino de reinventar la vieja estrategia del pa amb tòmaquet llevándola al ámbito del marketing.
Para que la relación funcione resulta imprescindible que las
dos marcas compartan ciertos atributos, especialmente en cuanto a público
objetivo se refiere.
Pero ¿por qué muchas marcas utilizan este sistema? Primero, produce un efecto novedad. Como
consecuencia, esta novedad se traduce en una minimización de los costes en
comunicación y publicidad. Esto significa una mayor exposición de la marca, que
permite un acceso a un nuevo segmento de consumidores.
Desde un segundo punto de vista más cuantitativo, también se
reducen los costes de distribución y maximizan los beneficios ya que al
utilizar dos marcas complementarias se adquiere una mayor rentabilidad del
producto.
Entonces ¿por qué no lanzarnos al co-branding? Antes de dar
una respuesta, es imprescindible valorar algunos riesgos. El co-branding de un
producto puede confundir al consumidor y llevarse a preguntar ¿qué es esto? Los socios deben analizar la posibilidad de
que el acuerdo pueda erosionar a una o ambas marcas, involucrándolas en
problemas de calidad o de reconocimiento de marca.